Los resultados de ADN tardaron menos de una semana.
Valeria, estando cerca de cumplir sus cuatro meses de embarazo, sonrió al darse cuenta de cómo todos los que la acusaron de mentirosa debían de tragarse sus palabras. —Señores —comenzó el médico—, tenemos los resultados de la prueba de ADN —su mirada se paseó por cada uno de los presentes y una leve sonrisa se formó en sus labios, al posar los ojos en la futura madre—. La muestra del líquido amniótico, obtenida de la señorita Valeria Muñoz, y la muestra de ADN de referencia del señor Enzo Dubois… han sido procesadas. Todos guardaron silencio a la expectativa. La familia Dubois parecía esperar una sola cosa y eso era que les confirmaran que aquellos niños no tenían ningún tipo de lazo consanguíneo con ellos; mientras que Valeria y su madre, sabían de antemano cuál sería la respuesta definitiva. —Con una probabilidad de paternidad del 99.99%, el señor Enzo Dubois es el padre biológico de los bebés —informó con una sonrisa—. Aunque debo también agregar que se están gestando tres hermosas niñas muy saludables. ¡Felicidades! Un estallido no tardó en hacerse esperar, todos voltearon y contemplaron cómo Olivia Dubois acababa con el consultorio en medio de un ataque de ira. —¡Eso es una maldita mentira! —gritó enfurecida, lanzando y pateando cosas sin pensar. —Me temo que no hay ningún error —le dijo el doctor esperando que se calmara, pero parecía imposible. —¡Basta, Olivia! ¡Estás haciendo una escena! Ernesto Dubois sujetó con fuerza a su esposa tratando de controlarla, pero esta no dejaba de forcejear, comportándose como si fuera un animal rabioso que necesitaba de un bozal. —¡Todo esto lo planeaste, perra! ¡Pero te vas a arrepentir! ¡Te lo juro! —amenazaba sin parar. —¡Basta de amenazas, señora! —habló Rita Muñoz, la madre de Valeria, en medio de un intento de defender a su hija—. Mi hija no creó sola a esas niñas. Enójese con su hijo, puesto que fue él quien la embarazó. Ahora lo mínimo que debe hacer es responder como un hombre por las consecuencias de sus actos —le dedicó una intensa mirada al susodicho. —Bien, lo que tanto querías se te cumplirá, Valeria —dijo Enzo con sorna dirigiéndose a la mujer—. Prepara para mañana tu mejor vestido porque nos casaremos. Y está de más decir que no puedes llevar a ningún invitado —miró de arriba abajo a Rita como si fuera demasiada poca cosa para presenciar su boda. —¿De qué hablas, Enzo? —se horrorizó, Valeria—. ¿Acaso no puede ir ni siquiera mi madre? —No —contestó con frialdad—. En el instante en que te conviertas en mi esposa, te olvidarás de tus lazos con los Muñoz —puntualizó, como si estuviera solicitando cualquier cosa y no el hecho de que se olvidara de su familia—. Bastante vergüenza tengo que pasar ya teniendo a una esposa como tú, como para también tener que soportar a toda tu mugrienta familia. Así que ahórranos las molestias y despídete de una buena vez de todos. —Pero… —Es todo —la interrumpió—. Recuerda lo que aceptaste. Dijiste que solo te conformabas con que actuara como el padre de esas niñas y eso haré, porque lo soy, ahora cumple tu parte. —¡¿Te estás escuchando?! —gritó ofuscada ante su falta de cordura—. No puedo darle la espalda a los míos. Estás pidiendo demasiado. —Pero eso es lo que harás; de lo contrario, no habrá boda —advirtió. —De acuerdo —accedió, agotada de tantas exigencias ridículas. —Perfecto. Entonces me casaré con otra y me llevaré a mis hijas conmigo para que mi esposa las adopte, porque como bastardas no se van a quedar —amenazó con una mirada que le hizo entender que no estaba hablando solo por hablar. Los ojos de Valeria comenzaron a llenarse de lágrimas, no podía creer lo que estaba escuchando. Pensó que la confirmación de que los bebés eran suyos, haría que comenzaran a llevar la fiesta en paz, pero no, todo había empeorado. Ahora era como si Enzo quisiera castigarla de todas las maneras posibles por el simple hecho de embarazarse. —Tranquila, cariño. Lo entiendo —le dijo su madre, acercándose y limpiándole las lágrimas que comenzaban a deslizarse por sus mejillas—. Cuida de estas hermosas niñas —pidió masajeando su vientre con ternura—. Lo único que importa es que ustedes estén bien. No te preocupes por nosotros —dijo, refiriéndose a ella y a sus hermanos. —Pero, mamá, yo no quiero que… —Estaré atenta a cualquier noticia tuya —le susurró—. Recuerda que esto no es una despedida. Es solamente un “hasta luego”. Nos volveremos a ver. Valeria asintió y Enzo vino a su lado tomándola del brazo y sacándola del consultorio sin mucha amabilidad. —Mis cosas —se quejó, al ver que ni siquiera la dejaría ir una última vez a su casa para empacar. —No necesitarás ninguna de esas porquerías —contestó rancio—. A mi lado lo tendrás todo. —No —se rehusó—. Hay cosas que no podré tener a tu lado —como amor, por ejemplo, pensó para sí misma—, así que quiero buscarlas. —¡Basta! —la sacudió—. Ahora serás mi esposa, así que empieza a comportarte como tal. —¡¿Y cómo se supone que debe comportarse tu esposa?! —se alteró—. ¿Cómo una muñeca de trapo sin voluntad? —Sí, justo así —confirmó el hombre, agarrándola de la barbilla y susurrando contra su boca—. Aterriza de una buena vez porque todo va a cambiar, Valeria. La vida de lujos que tanto querías te va a costar muy caro —concluyó, soltándola sin una pizca de suavidad. Aquel matrimonio todavía no había empezado y Valeria ya comenzaba a sentir que no podía soportar un segundo más. ¿De verdad esta era la mejor decisión? Porque comenzaba a sentir que era la peor de todas.