Valeria no sabía cómo reaccionar, y es que una disputa entre padre e hijo, no era algo que ella hubiera esperado. Sin embargo, aquello era lo que estaba presenciando en ese justo instante. Y no era cualquier tipo de disputa, era una que dejaba en claro decisiones importantes.
—¿Qué es lo que te pasa, padre? ¿Acaso te estás olvidando del compromiso con los Russo? —No, eso lo olvidaste tú, cuando decidiste engendrar fuera del matrimonio. —Pero ya te dije que… —¡Qué nada! —gritó haciendo que las paredes vibraran con sus imposiciones—. Esto no está en discusión. No permitiré que un nieto mío sea considerado un bastardo y ¡no! —lo calló al ver que su hijo pensaba insistir nuevamente con el tema del aborto—, tampoco obligaremos a Valeria a hacer algo que no desea. Está en todo su derecho de tener a la criatura y tú estás en tu deber de responder por ese niño. —Señor, agradezco su ayuda, pero yo creo que no es necesario un matrimonio —intervino la joven, al ver que las decisiones estaban siendo un poco extremas. Y sí, no era como si no hubiera fantaseado con la idea de una boda, pero de darse el caso, no la esperaba de esta manera. Había deseado que fuera Enzo, quien se lo propusiera, no que el padre de este lo obligara a contraer nupcias. —Claro que es necesario —la contradijo el hombre de inmediato, viéndola como si no fuese más que una estúpida—. En nuestro mundo las apariencias son muy importantes y Enzo sabe perfectamente que tiene una reputación que cuidar. —Sí, señor, pero yo no… —Niña, esto también es tu culpa —soltó con su voz cargada de reproche, perdiendo la paciencia que le había tenido hasta ahora—, así que lo mínimo que espero, es que no pongas peros ante una situación que seguramente estabas buscando —acusó—. Considérate afortunada de pasar a formar parte de una familia importante, cosa que no conseguirás en cualquier lado. Ya que no todos los días dejas de ser la secretaria para convertirte en la esposa. Valeria se quedó completamente en blanco ante aquellas palabras cargadas de humillaciones; por su parte, Enzo se sacudió el cabello, frustrado, mientras se dirigía al ventanal de la oficina y pensaba en vías de escape. “No podía casarse”, era lo único que tenía claro. —Exijo una prueba de ADN —se volteó de pronto con una mirada maquiavélica. —Considero que tienes razón, hijo —secundó su padre. Y ambos la taladraron con la mirada—. Hay que estar seguro de que el niño es tuyo. Valeria se sintió ofendida ante esto, pero no lo evidenció. Enzo sabía perfectamente que había sido su primer y único hombre, pero aparentemente esto no le importaba ahora, cuando lo único que quería era deshacerse de ella y del bebé. —Supongo que habría que esperar que el niño nazca para… —susurró por lo bajo aceptando las condiciones. —¡No, lo sabremos antes de que nazca! —la interrumpió Ernesto, sacando su teléfono celular y llamando a una clínica que, según él, era la mejor. Pero esto no dejó tranquila a Valeria, quien sabía que el procedimiento era bastante delicado, ya que se extraía una muestra del líquido amniótico que rodeaba al feto para dicho examen. Ernesto abandonó la oficina, alegando que se encargaría de todo, mientras que el silencio se apoderó de las cuatro paredes. —Debí suponerlo —el tono venenoso de Enzo, le hizo entender que era el momento de irse. Valeria rápidamente se dirigió a la puerta, intentando huir de aquel hombre que la miraba como si fuera su peor enemigo; sin embargo, este no se lo permitió, sujetándola fuertemente del brazo y reteniéndola en el lugar. —Con que te estabas cuidando, ¿no? —No fue mi intención —se disculpó, aunque ya no tenía caso. Dijera lo que dijera, no le creería. —No, claro que fue tu intención —aseguro, apretando más fuerte su brazo, enterrándole los dedos en su piel y haciendo que estos dejaran marcas. —No, Enzo. No lo fue —le dejó en claro, soltándose de su agarre—. Tampoco estoy de acuerdo con nada de lo que dijo tu padre. Podemos hablar con él y decirle que desista de la idea. Seguramente lo entenderá. —¿Entender? —se burló como si acabara de decir una completa tontería—. Ernesto Dubois no cambiará de opinión ni aunque la tierra se estuviera derrumbando, pero eso es algo que ya sabes, ¿no? Porque fuiste tú quien planeó toda esta treta de m****a. ¡Pero perfecto, Valeria! —aplaudió con ironía—. ¡Casémonos! Pero me aseguraré de que te arrepientas todos los malditos días de este matrimonio. Los ojos de Valeria se llenaron de lágrimas, pero se las sacudió rápidamente, negándose a llorar. Este hombre que ahora tenía en frente, no era el mismo hombre que la había seducido para meterse en su cama, no era el mismo que le había asegurado que tenía algo especial. Tantas palabras bonitas y todas habían sido mentiras, porque Enzo Dubois no era más que un infeliz que empezaba a odiar. —No me casaré contigo —sentenció dándose la vuelta, completamente decida a desaparecer de la vida de ese malnacido. —Adelante —sonrió con cinismo—. Desaparece y dame el gusto de no tener que verte más.