Valeria se encontraba en el baño de la empresa lavándose las manos cuando algo interrumpió su visión. Se asustó en el acto e intentó alejar las manos que tapaban sus ojos, pero entonces se percató de que eran dedos largos, velludos, de hombre. El aroma del individuo terminó de confirmarle la identidad del mismo, así que sonrió. Aunque debía reconocer que el lugar no era el más apropiado para este tipo de encuentros.
—Enzo, ¿qué haces? Puede entrar alguien —lo regañó.
A él no le importó el sitio, mucho menos si un empleado pudiese entrar. Solamente sabía que quería estar con esta mujer, que ansiaba besarla, desahogar en sus labios un poco de la ira que lo había estado embargando desde que se fue de su casa la noche anterior. Porque era ella y únicamente ella, la que podía calmarlo.
—No me importa —admitió antes de besarla.
Valeria correspondió a su beso, pero luego lo apartó.
—¡Estás loco! —se rió.
—Loco por ti —dijo antes de besarla de nuevo.
De repente, se escucharon voces y pa