En la mesa del comedor, Eloísa comía fruta picada, hablando sobre su embarazo y diciendo que debía empezar a cuidarse. A su lado, Olivia tomaba café, mientras la escuchaba con atención. Todavía era muy pronto para saber si había quedado embarazada de aquella noche, pero Eloísa hablaba como si ya fuese un hecho. Ella prefería no contradecirla y mantener la misma esperanza. Anhelaba un nieto.
No pasó mucho tiempo antes de que el sonido seco de la puerta abriéndose de golpe interrumpiera la calma de las dos.
Enzo apareció, sin saludar, sin rodeos.
—Te vas hoy —dijo, clavando los ojos en Eloísa.
La mujer lo miró como si no hubiera escuchado bien. Parpadeó con lentitud, y luego, con esa sonrisa que tanto odiaba él por lo falsa, por lo enferma, le dijo con voz cantarina:
—Cariño… has vuelto.
A Enzo no le tembló ni un músculo, no se conmovió ni siquiera sintió lástima. Acortó la distancia y la tomó del brazo.
—Te dije que te vas —repitió, poniéndola de pie con demasiada facilidad.
—¡Me lasti