Eloísa apenas veía por dónde caminaba mientras su padre, completamente transformado y con el rostro endurecido, la arrastraba fuera del salón. No había amabilidad en su tacto, solo unos deseos enormes de castigarla, justo como cuando era una niña y se portaba mal.
—¡Camina! —ordenó Javier con los dientes apretados. Su voz fría la hizo temblar más.
Ni siquiera pudo responder. Iba descalza. En algún punto, durante la caída, había perdido un zapato. Pero no importaba. Nada importaba. El zapato era lo de menos comparado con su reputación.
Cuando llegaron al estacionamiento, él le abrió la puerta trasera del auto con brusquedad.
—¡Entra! —rugió, haciéndola obedecer al instante. No tenía más opción.
Durante el trayecto nadie dijo una palabra puesto que su padre las estaba reservando para cuando llegaran a la casa.
—¡¿Tú crees que esto es un juego?! —la voz de Javier la sacó de su trance. Ya estaban en la sala de la mansión y la verdad era que no recordaba mucho como habían llegado allí.
—P