Cuando Valeria cruzó las puertas de la clínica de rehabilitación, sintió una mezcla de alivio y miedo. Alivio de ver a su hermana bien. Miedo de lo que vendría ahora.
La recepcionista le sonrió y le indicó con un gesto dónde encontrarla. Caminó hasta el jardín interior, donde había bancos blancos rodeados de plantas, y allí la vio.
Su hermana mayor lucía un vestido de lino azul claro que dejaba ver una barriga redonda, de unos cinco meses aproximadamente. Tenía el cabello suelto, brillante, y los ojos iluminados. Sonreía como no la había visto sonreír en años.
—Estás hermosa —dijo, abrazándola con fuerza, sin importar la barriguita entre ambas.
—Gracias —susurró Verónica, hundiendo el rostro en su cuello—. Gracias por no rendirte conmigo. Por guardar un poco de esperanza.
—Nunca lo haría —admitió. Luego se apartó, le tomó el rostro con ambas manos y la miró con ternura—. Hoy es tu día. Un día de triunfo. Es hora de que regreses a casa.
—¿A casa…? —preguntó Verónica con un nudo en la g