Damian
Esa noche no pude dormir. Nos bañamos por horas en la laguna, nadamos en el lado más profundo y ella tomó algunas piedras, mientras yo no podía dejar de verla. Estaba completamente curado y más feliz que nunca.
—Estaríamos mejor si ella estuviera marcada. No quiero que cualquier lobo piense que ella no tiene mate. Ella es nuestra —rugía Ronan. Juro que para este lobo nada es suficiente.
—Mate está en proceso de perdonarnos, necesita tiempo, está sintiendo el vínculo. Lo lograremos, estoy seguro, pero no debemos presionarla —respondí, y él gruñía—. ¿Acaso no estás feliz de tenerla así? —le preguntaba, viéndola en mis brazos, recostada contra mí, descansando. Ahora el muy tonto ronroneaba como un gatito.
—Es preciosa. Y es nuestra.
—Así es —le respondí, y la besé en la frente.
Julieta suspiró y se movió más hacia mí. La había acostado entre los abrigos y mantas que habíamos tomado de la cabaña. La había arropado, pero por un rato nos habíamos quedado hablando. Ella me contó de su