Damián
—¡Julieta! ¡Julieta!
Me ardían los pulmones con cada paso, las heridas aún sangraban bajo la camisa manchada. Ágata y mi hermana me habían detenido cuanto pudieron, pero un alfa pierde la cabeza si a su mate le pasa algo y Julieta seguía perdida.
La ciudad era ahora un lienzo de ruinas y polvo. Edificios con grietas, humo, comercios destrozados como si hubieran sido rasgados por garras invisibles, y rostros que reflejaban miedo, pérdida, caos. Este ataque había sido espantoso, me la iban a pagar.
—Alfa… —dijo mi beta. Apenas lo reconocí, tenía la cara cubierta de hollín y una venda empapada en sangre en la pierna.
—Que vayan los heridos al hospital, ahora —ordené sin detenerme— Que se emita un comunicado, que la policía y los guerreros calmen a la población. ¡El equipo de mantenimiento lo quiero aquí ahora mismo! —grité. Mi mirada ya se perdía más allá del desastre. Di la vuelta y grité con una furia primitiva —¡Si alguien sabe algo sobre Julieta, que me lo diga ahora mismo!
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