Julieta
—Mate, mate… —susurraba Damián, acostándose detrás de mí.
Estos días habían sido un ciclón de emociones. La ciudad ya funcionaba como si nada hubiese sucedido, gracias a las acciones de todos. Alaric iba de un lado a otro y Ágata me había felicitado por las runas que hice, dijo que iban a perdurar para siempre. Pero yo sabía que era el vínculo de mates, nuestros antepasados y el ónix lo que nos daría fuerza y seguridad.
—Diosa, cómo te he extrañado —decía, y su mano iba desde mi abdomen, subiendo entre mis pechos, hasta quedarse acunada en mi cuello.
— Cada vez que siento a alguien detrás de mí en el laboratorio, deseaba que fueras tú— le confesé. Yo buscaba una cura para Nora, ayudando a los demás heridos. Mi amor tenía ojeras, los ojos plateados apagados, el cabello despeinado, los labios secos.
—Odié ir a Sombras de la Noche… sin ti —dijo, observando mi rostro.
—¿Qué sucedió?
—Los Herejes… están cada vez más difíciles —comentó, pero no explicó nada más. —Quiero que tengam