Damián
—¿Cómo no me dijiste lo que los herejes querían? —me preguntó ella, mirándome con preocupación mientras veíamos a Pascal y sus hijos irse alejarse. Sabía que, por ahora, se habían marchado, pero volverían. Eva tenía razón: venían cada cierto tiempo a reclamar sus estúpidos pactos, como una mala enfermedad cíclica.
—¿Cómo decírtelo? No quería preocuparte… solo de pensar en perderte… —le dije, tomando su rostro.
La había perdido ya tantas veces, y otras tantas la había recuperado. La última vez había sido en la guerra. En las pocas noches en las que lograba dormir, tenía pesadillas en las que ella no salía de ese túnel, o moría a manos de Ricardo, o jamás me perdonaba. Me despertaba sobresaltado solo para encontrarla a mi lado. Ni siquiera habíamos podido tener la ceremonia, mucho menos tenerla en mis brazos como deseaba.
Muchos hablaban de la guerra, pero pocos de lo que sucedía después. Los estragos eran terribles… una tragedia tras otra.
—Damian tiene que haber un arreglo—come