Eva
—¡Alfonso! —ordenó Nana—. Sal de inmediato y busca ayuda. ¡Ahora!
Otro temblor hizo caer rocas; el ónix intentaba salir, avanzar a toda costa.
—¡Por aquí! —le grité, abriendo un espacio. Estábamos a punto de quedar completamente atrapados.
El muchacho asintió, pálido. Saltó entre las rocas, forzándose a través de un hueco donde apenas cabía. Un segundo después, desapareció. Lo escuchamos gritar: ayuda, ayuda. Su voz haciendo eco. Rogaba que trajera a Freya ¡A alguien!
Y entonces… el túnel rugió. No exagero: rugió como Magnus cuando se molestaba.
—¡Cuidado!
El ónix avanzó como un río de petróleo desbocado, retorciéndose, subiendo por las paredes, buscando consumirlo todo. Venía en piedras enormes, en rocas rodando con brutalidad. Me dolía el cuerpo como si estuviera en llamas, y los lobos a mi lado se agitaban.
—No podemos salir… estamos fritos —Octavio me abrazó por detrás; Severino se colocó frente a mí. ¿Me estaban protegiendo?
—Estúpida hechicera, atacando a tus hermanas. ¡Somo