Eva
—Él va a volver, es solo que quiere asegurarse. Así es mi hijo: siente la necesidad de demostrar que es el mejor —indicaba Severino. Lo iba a visitar de vez en cuando para saber si sabía de Cachorrito. Sí, me había tragado mi orgullo, dignidad y el buen juicio.
Su casa era tranquila; había muchas fotos del beta, de sus antepasados, ninguna de su madre o de otra mujer. El despecho de esta familia debía ser muy profundo. El hombre vivía por su hijo, por la ciudad, por su deber. Me agradaba, no podía negarlo.
—El último reto se aproxima, Damián está nervioso, aunque no lo diga —comenté.
—Debe estarlo, se decidirá todo. Nuestra Luna nos ha salvado, pero es humana. Hay demasiados enemigos, sabe que tiene todo en contra.
—Realmente has resumido nuestra situación —suspiré.
—Si algo sé de nuestra familia es que en los momentos difíciles se hace fuerte.
—¿Qué quieres decir?
—Que los Malaver no mueren hasta que se haya cumplido la maldición. Es… bueno, una desgracia, pero busca sobrevivir.