Julieta
Se sabía que el ser humano podía estar solo algunos minutos sin respirar, pero yo había demostrado lo contrario. Había aguantado la respiración por tanto tiempo que ya se podría considerar un milagro... o podría entrar en las olimpiadas. Que él estuviera cerca, tocándome, aunque no fuera por su propia voluntad sino por la situación en la que estábamos me tenía al borde del infarto. Me opuse, me negué, pero la realidad era que mientras más vueltas le diera, más tarde iba a salir de esta situación, y quería ir a la oficina y hacer como si esto nunca hubiese existido.
Aún no podía creer que él hubiese colocado mi brasier con los ojos cerrados. Por mi cabeza no dejaban de pasar ideas de que él debía haber tenido muchas mujeres, más hermosas, que debía haberles quitado la ropa interior… y yo, aquí, sintiéndome una tonta solo porque él estaba ayudándome.
—Voy a ayudarte con el vestido, ¿está bien? —preguntó con voz ronca. Cuando logré tranquilizarme y mantener la compostura, noté q