EMILIA
Renata salió del almacén como una fiera herida. El taconeo desesperado de sus zapatillas resonó en el pasillo como disparos, y aunque su maquillaje seguía impecable, sus ojos gritaban furiosos. Un minuto después, la puerta volvió a abrirse. Adam salió detrás de ella, con el saco colgado al hombro, la corbata floja y esa sonrisa torcida que me provocaba náuseas.
Se detuvo un segundo para acomodarse el reloj, y vi cómo su mandíbula se tensaba. No era una sonrisa, era la mueca de un depredador que acaba de marcar territorio. Un hombre que no planea perder.
Me quedé quieta detrás de una columna, conteniendo el aliento hasta que sus pasos se alejaron. Mi mente ardía con todo lo que había escuchado minutos antes: amenazas, videos, sexo, y chantajes. Era como tener entre las manos una granada sin seguro.
Respira, Emilia. Juega con inteligencia.
Me obligué a caminar hacia el elevador, fingiendo normalidad. Durante el resto del día, cada movimiento fue una coreografía milimétrica para n