EMILIA
La puerta se cerró detrás de nosotros con un chasquido seco. El sonido resonó en la oficina vacía como un disparo en medio del silencio. Él creyó que lo guiaba hacia un refugio, cuando en realidad lo conducía al matadero.
Lo sentía mucho por él, pero no iba a permitir que se metiera con el padre de mi hijo, y sobre todo que no respetara el hecho de que estaba completamente enamorada de Brandon y no de él.
— Estamos a salvo aquí —. Susurré, soltando su mano con un gesto suave, como quien acaricia antes de clavar la daga—. Nadie nos escuchará.
Adam recorrió la habitación con la mirada, asegurándose de que no hubiera cámaras ni testigos. Sus pasos eran felinos, lentos, medidos, como un depredador que se cree invencible. Luego volvió a mí, con esos ojos azules que ardían como brasas.
— ¿Te pasa algo? —Preguntó, su voz grave, con un filo que rozaba la obsesión—. Estás. . . Nerviosa.
Solté una risa amarga, bajando la mirada por un segundo. Cuando volví a mirarlo, lo hice con la int