EMILIA
Me detuve en seco al escuchar cómo mi papá mencionaba mi nombre. No sabía qué figuraba en esa conversación, pero no tenía nada bueno. Así lo notaba yo, pues, ¿qué podía pensar?
— Emilia es mi hija, pero también es un eslabón débil. . . —Sentenció con ese tono bajo y autoritario que usaba cuando quería que el mundo se inclinara ante él.
Fue como si el aire se congelara de golpe. El pasillo, que hasta hace unos segundos solo era un espacio frío y silencioso del hospital, se convirtió en una caja de resonancia para la traición. Sentí el corazón comprimirse en el pecho. Y no por dolor. Era una mezcla agria de rabia, decepción y miedo.
Sofía me apretó el brazo.
— Emi. . . —Susurró apenas a mi lado.
Asentí con un leve movimiento de cabeza. No podíamos hacer ruido. No podíamos interrumpir. No todavía. El bastón de mi padre golpeaba el suelo en un ritmo lento, como si cada paso fuera parte de una danza que solo él conocía. Caminaba de un lado a otro, murmurando palabras en tono cada ve