EMILIA
El golpe en la puerta no fue fuerte, pero se sintió como un trueno en medio del silencio sagrado que Brandon y yo habíamos creado. Al principio no sabíamos quién era. Por un momento pensé que se trataba de Leo y Tony, pero pronto me di cuenta de que se trataba de la misma persona que me había atacado horas atrás en la oficina de Brandon.
Adam.
Mi marido se tensó casi de inmediato. Su mirada, dulce y llorosa un segundo atrás, se endureció como si alguien le hubiera dado una orden silenciosa. Se puso de pie lentamente, dejando un beso en mi frente. Era una manera de dejar claro que le pertenecía y que más le valía estar alejado de mí.
— No te muevas, mi amor —. Me susurró—. Déjame a mí arreglar esto.
Asentí, aunque todo mi cuerpo temblaba, pues era el instinto de madre que estaba despertando en mí debido a que mi bebé estaba en peligro por su culpa. No era de culpar, pero con Adam esto era imposible.
Adam se asomó con el rostro más cínico que había visto jamás. Ni una gota de a