Los días siguientes se sucedieron con una calma engañosa. La seguridad seguía reforzada, y el personal de la casa se mantenía en alerta constante, pero la sensación de que algo más estaba por venir no abandonaba a Samer. Ni a Agatha.
La mañana amaneció clara, el sol iluminando los jardines perfectamente cuidados. Agatha decidió salir a caminar para despejar su mente. El aire fresco le ayudaba a calmarse, aunque sabía que la tranquilidad que sentía era solo una ilusión.
Mientras cruzaba uno de los senderos, vio a Khaled hablando con dos de los guardias. Cuando él notó su presencia, se disculpó con los hombres y se acercó.
—¿Todo bien, señorita Agatha? —preguntó, con un tono amable pero profesional.
—Sí, solo necesitaba algo de aire —respondió ella, deteniéndose a su lado—. ¿Hay alguna novedad?
Khaled dudó por un momento, pero finalmente negó con la cabeza.
—Nada fuera de lo común, pero seguimos atentos.
Agatha lo observó por unos segundos, notando el cansancio en su rostro. Todos estab