—Oh… tu madre tiene muchos más problemas que los de clase —dije, y esta vez no reprimí el desprecio ni la ira que sentía. Me alivió un poco el dolor, o al menos lo ocultó.
Dominic entrecerró los ojos ligeramente—. Aleena, la mitad de la gente que conozco —no, más— suele tener problemas de clase. No me gusta, pero no es que sea su amiga. No salgo con ellos. No busco su amistad ni nada parecido. Simplemente son así.
—Así son —asentí—. Déjame que te explique cómo son. Si se parecen en algo a tu madre, son unos racistas, unos elitistas de mente cerrada.
Dominic echó la cabeza hacia atrás como si le hubiera dado una bofetada—. Ella no es… —Di un paso al frente, dejando que la pequeña chispa que ardía en mi interior se convirtiera en una llama viva. —¡No te atrevas a decirme que no es racista! ¿Qué demonios? ¿Crees que me llamó exótica porque no soy rica?
—Aleena… —Abrió la boca, la cerró. Vi en sus ojos que lo sabía.
—Nunca has estado en mi lugar. No puedes saber lo que se siente. —Apreté