El Centro Cardiológico Morales se alzaba en Coral Gables como un faro de modernidad, sus ventanales destellando bajo el sol de Miami como si capturaran fragmentos del cielo. El vestíbulo, un lienzo de mármol blanco y acero bruñido, exhalaba una fragancia de jazmín fresco, mientras esculturas de vidrio suspendidas danzaban con la luz. Diego Rivera, flanqueado por Ramírez, atravesó las puertas con el alma en vilo, su corazón latiendo al ritmo de un anhelo que lo había consumido durante cuatro años. Valeria Cruz estaba aquí, en algún rincón de este santuario de poder, pero ¿qué la unía a Luis Morales? ¿Era una aliada en su imperio, o había un lazo más íntimo, un secreto que explicaba su desaparición? La pregunta era una astilla en su mente, punzante y persistente.
En el mostrador de recepción, una mujer de porte impecable alzó la vista, su sonrisa una curva de profesionalismo. Diego se acercó, su traje azul medianoche llevando las marcas de días frenéticos, y dejó que su voz, profunda y