El sol del mediodía se filtraba a través de los ventanales de la oficina legal, proyectando patrones danzantes de luz sobre el piso de mármol pulido. El aroma a café recién molido y cuero envejecido impregnaba el aire, un contraste sutil con la tensión que Valeria sentía en cada músculo. Ella y Diego bajaron del coche blindado, flanqueados por los escoltas cuyos pasos resonaban como un ritmo marcial en el garaje subterráneo. Sofía y Gabriel, con sus manos pequeñas aferradas a las de Clara, miraban alrededor con ojos curiosos, ajenos al torbellino que giraba en el pecho de su madre. Valeria rozó el brazo de Diego, un contacto fugaz que encendió una chispa de consuelo en medio de la incertidumbre, su piel respondiendo al calor familiar de él como un eco de noches pasadas.
Al entrar en el vestíbulo, el abogado principal, un hombre de cabello plateado y sonrisa afable, los recibió con efusivos saludos, extendiendo la mano hacia Diego como si fueran viejos camaradas. Su equipo, dos asociad