La noche en Miami envolvía la mansión de Coral Gables en un manto de sombras, el rumor del mar filtrándose por las ventanas entreabiertas. Valeria Cruz, atrapada en el apellido Morales por un matrimonio que era una prisión, descansaba en su habitación, su cuerpo reclinado sobre almohadas de lino. Con ocho meses de embarazo, su vientre era una curva prominente, tensa bajo la seda de su camisón, cargando la vida de los mellizos de Diego Rivera, aunque el mundo aún no sabía que eran dos. El peso de su cuerpo la agotaba, pero su corazón latía con un deseo ardiente por Diego, cuya memoria la consumía. En la penumbra, cerraba los ojos, evocando su torso firme, sus manos grandes deslizándose por sus caderas, su aliento cálido contra su piel en una noche robada junto al mar. Su cuerpo respondía, un calor traicionero encendiendo su piel, y sus dedos rozaban su muslo, deteniéndose con un suspiro de frustración. —Diego —susurró, su voz un lamento cargado de anhelo, su amor un incendio que no pod