19. DIVORCIO PREMEDITADO.

Verónica escuchó su teléfono sonar. No tenía que verse en el espejo para ver sus ojeras hinchadas, las podía sentir con claridad. No quería salir de su habitación, no quería tener que encontrarse con Alexander. Jamás se borraría aquella escena de la mente.

Había ignorado la llamada a su puerta a las cuatro de la madrugada y después a las seis. Podía sentir que Alexander estaba aún parado en la puerta.

Ayer había dejado a Jorge con aquella escena, mientras ella se había encerrado en su habitación . Estaría trabajando en línea hasta mañana, que iría a trabajar al hospital después de los dos dias de descanso que tomó.

Los moretones aún seguían intactos, pero al menos el dolor de moverse ya no le parecía demasiado. Además tenía que hacerse tiempo para visitar a los dos abogados con los que tenía trato.

— ¿Verónica, podemos hablar?

La voz de Alexander estaba extrañamente ronca. Se escuchaba demasiado melancólica para su propio bien. Verónica se quedó callada. No podía hablar ahora mismo con él, por más que quisiera. Si salía con los sentimientos a flor, podría por primera vez perder el control de si misma.

— Verónica, por... favor.

Verónica luchó contra el impulso de salir. Tomó su laptop y comenzó a trabajar desde la cama. Estar sentada, le dolía en la espalda, pero no tenía intensión de levantarse en todo el día.

— Ayer... yo me sentí mal, Verónica. Estabas lastimada, yo... no sé que me pasó por la cabeza, sé que me he equivocado, Verónica —con cada palabra su voz sonada más y más quebrada— Le pedí a Jorge que fuera por ti, la puerta se abrió y solo me abalancé... pensando en ti, Verónica. Te juro que siento que me estoy volviendo loco. Te fuiste un día, un maldito día y... siento que no puedo respirar con normalidad. No pensé que esto pasaría así.

Alexander pegó la frente a la puerta de Verónica. Nunca había perdido tanto el control de su vida, de sus acciones. Desde pequeño fue educado para pensar antes de actuar. Jamás una situación lo había llevado a tal grado como ayer. Ni siquiera cuando terminó con Ana.

Alexander Dixon siempre fue un hombre, en todo el sentido de la palabra. Su madre lo educó para superar a su padre, sus únicos sueños eran poder resolver todo con que las personas escucharán su nombre. Pero, ahora, no sabía que era lo que tenía que hacer.

[...]

Ana Bell vivía a las afueras de la ciudad. En una casa rentada sobre la lateral de la avenida principal. Estaba un poco lejos de lo céntrico, por lo que se sorprendió cuando el timbre sonó;

— Señora Bell, la buscan en la entrada —avisó el mayodormo— De urgencia.

Ana abrió los ojos con una sonrisa de «sabía que volvería a mí».

— Dile a Alexander que me espere en la sala principal, debo hacerlo esperar un rato. Que no piense que me tiene en la palma de su mano —Ana se levantó de la mesa de madera italiana.

— No es el señor Alexander, señora —la alegría de Ana se esfumó— Es la policía. Quieren hablar con usted.

— ¿Qué?

Jorge había puesto una denuncia después de que Ana se fue de su casa. Alexander había tomado mucha agua para reponerse;

— Alguien me siguió y me golpeó —dijo Jorge— Creo que todo fue plan de Ana, Alex. Esa tipa debe ir a la cárcel. No puedes tolerar este comportamiento.

— Pon la denuncia —ordenó Alex— No la quiero volver a ver.

La policía de la ciudad lo puso como prioridad, al tener que ver con el empresario más importante de la ciudad;

Ana salió de inmediato, sin entender lo que pasaba;

— Señorita Bell, Lamentamos interrumpir esta mañana, pero debe acompañarnos a la comisaría para una entrevista —informó el policía.

— ¿Por qué? —Ana se puso a la defensiva.

— Hace algunas horas hubo una denuncia en su contra, queremos investigar esta situación. Por favor, acompañenos.

— ¿Quién haría esa tontería? ¿No saben quien soy? ¡Ana Bell, la ex prometida de Alexander Dixon!

— Alexander Dixon fue el que la denunció, señorita Bell.

Aquellas palabras dejaron a Ana en un estado de trauma. Cuando ella se alejó de él, sabía que cuando volviera, volvería a tomar su lugar. Lo comprobó la noche que Alexander compró su diamante, en la cena benéfica el día de su regreso. ¿Por qué haría eso? ¿Por qué la quiere hacer sufrir? ¿Por qué?

Miles de preguntas recorrieron la mente de Ana, mientras caminaba hacía el auto. De alguna manera, Ana agradeció no tener vecinos, moriría de la humillación qué todos supieran esto.

Cuando la noche llegó, Alexander aún seguía pegado a la puerta de Verónica. Ambos sin comer, solo tomando agua. Alexander tenía miedo de que Verónica se fuera de nuevo sin antes darle una explicación.

Verónica tenía dolor en las costillas. Cuándo vió la hora, pensó que Alexander ya estaría dormido, así que se levantó sin hacer mucho ruido, para poder ir por su bolso qué se había quedado desde ayer en la sala principal de la casa.

Sabía que iba a tener muchos mensajes de Sonia y de Levi...

Al abrir la puerta, se encontró con un desaliñado Alexander. Aún usaba el traje negro que usaba ayer, olía a alcohol tan fuerte, que Verónica tuvo que voltear su cara.

— Te estuve hablando todo el día —murmuró con voz suave Alexander— ¿Estuviste llorando?

— Solo quiero tomar mis pastillas —respondió Verónica pasando por a lado de él.

— ¿Por qué no me dijiste lo que te había pasado? Yo hubiera corrido hasta donde pasó, no te hubiera dejado sola, Verónica.

— Estabas ocupado, la ayuda si la necesité, pero no fuiste tú quién me la pudo brindar —Verónica respondió con sequedad— No quiero, ni estoy lista para hablar ahora, Alexander.

— Lo que pasó ayer, yo no sabía lo que hacía, Verónica.

— Supongamos que no lo sabias, pero entonces —Verónica saca su teléfono y le muestra el beso que tuvo con Ana en su trabajo— ¿Qué hay con esto? ¿También estabas tomado? ¿Ella te obligó? ¡No soy una tonta, Dixon!

Alexander entendió que el plan de Ana venía desde esa noche. Todo se fue al caraj* esa noche que ella le había metido todas esas ideas de Verónica a la cabeza.

— Eso se ve mal, pero no pasó. Ella vino a mí...

Verónica negó con su cabeza y dejó hablando a Alexander en la sala. Alexander corrió para alcanzarla y la jaló de su brazo; Descubriendo así los golpes de su espalda.

— Dios, Ana —Alexander se golpeó así mismo por el error de nombre— Verónica, quise decir Verónica. Estábamos hablando de Ana y me he confundido, Verónica.

— ¿Ah, si? deberías hablar más seguido con ella, para que ocupe mi lugar cuando éste matrimonio falso haya terminado. Lo que tanto querías.

Verónica cerró la puerta de su habitación con un enorme portazo. Alexander se quedó de nuevo en el mismo lugar que había comenzado. En la puerta de la habitación de Verónica rogando por un perdón que parecía nunca llegaría.

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