104. EL AVANCE DEL TIEMPO.
La noche era una tinta espesa sobre la ciudad.
Habían pasado exactamente seis meses desde que la pesadilla del secuestro había terminado.
Sin embargo, para Verónica, el final no había traído paz, sino una vigilancia perpetua.
Seis meses se sentían como una vida.
Verónica acariciaba el marco de la ventana blindada del apartamento en Crystal Waters. La ciudad brillaba abajo, pero ella solo veía sombras
—Te lo juro, Dominico, no es necesario un rondín cada hora —susurró, aunque él no estaba ahí.
La cuna de Dominico, ahora un bebé de ocho meses que reía con facilidad, estaba cerca.
Dominico, el otro Dominico, no el bebé, el capo, estaba a dos calles, vigilando.
Él no se permitía pisar ese edificio con frecuencia. Mantenía el perfil bajo que la mafia francesa exigía de su líder.
Todas las madrugadas, sin falta, el programaba rondines. Daba vueltas a la manzana del edificio hasta las cuatro de la mañana.
«Verónica necesita estar segura, y si no puedo estar a su lado, al