—Tranquila —la interrumpió Lioran, con una sonrisa serena que derritió todas sus neuronas—. Derek es un buen amigo. Y tú… eres importante para él. Por lo tanto, también lo eres para mí. No tienes que preocuparte por nada.
Scarlet parpadeó, aturdida. Tan confundida que, de no ser por la quemadura que le escocía como fuego vivo, habría pensado que estaba soñando… o en plena alucinación inducida por el dolor.
En el ascensor, pataleaba torpemente sobre el regazo de Derek, como una niña atrapada en brazos del monstruo de las cosquillas.
—¡Derek, bájame! Ya estoy bien, ¡lo juro! No quiero ir al hospital —protestó, sonando tan convincente como un gato mojado.
—Claro que estás bien… ardiendo en ácido y delirando de fiebre —ironizó él sin inmutarse.
—En el área de almacenamiento debe haber alguna crema de muestra… de esas carísimas que regeneran la piel como por arte de magia. ¡Estoy segura de que si me embadurno media pierna con eso ni marca me queda! —insistió, gesticulando con exageración m