Un rodillazo por cada beso robado.
Pero Derek no le dio tiempo a seguir con sus argumentos. Le cubrió los labios con un beso que le robó el aliento, el equilibrio y hasta las neuronas.
Le comía los labios como si el mundo estuviera a punto de acabarse y ese fuera su último deseo.
A Scarlet una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo desde los dedos hasta los talones, haciéndola vibrar como si hubiese metido los pies en un generador de energía.
Y aunque su conciencia gritaba: “¡Detente!”, su cuerpo tenía otros planes.
Los labios de Derek sabían a deseo con miel, y sin poder resistirse, Scarlet terminó besándolo de vuelta —quizá no con la misma intensidad salvaje, pero sí con el alma temblando—, mientras rodeaba su cuello con ambas manos.
Derek emitió un gruñido grave, de esos que se sienten más abajo del ombligo que en los oídos, y sus labios ardientes bajaron lentamente por el cuello de Scarlet.
Ella se arqueó como poseída por un ritual pagano y delicioso.
Él lamía y mordisqueaba con precisión quirúrgica el punto exa