Mil provocaciones.
—¿Qué te gusta?
—Aparte de los hombres… el dinero —respondió sin un ápice de vergüenza.
—Te pagaré para que estés a mi lado —propuso, suponiendo que ella se ofendería y se negaría de inmediato, pero, para su desconcierto, ella sonrió como gata que acaba de atrapar un ratón.
«Después de gastar tanto en hombres bestia, ya era hora de que uno me pagara a mí», pensó, saboreando la idea mientras una sonrisa traviesa se le escapaba. Pero, al notar que su expresión la delataba, carraspeó disimuladamente y adoptó la mejor cara de indignación que pudo fingir.
—¿Acaso piensas que me voy a vender por unos cuantos centavos? ¿Que me iré así de fácil? Ni que estuviera loca.
—Si no vienes… tendré que llevarte —dijo él con voz grave, como si fuera una advertencia final.
Zhana levantó ambas manos, en señal de trato hecho.
—Calma, hombre. Si las cosas son así… vámonos. Negocios son negocios. Desde hoy soy tu compañera, pero si fallas con los pagos diarios, tendrás una demanda. Y que te quede claro: no