La luna no huyo de su alfa.

El rey quedó embobado, sonriendo como un adolescente enamorado.

—Esposo tonto —replicó Scarlet con descaro, llevándose un dedo a la marca de su mordida—. ¿Cómo pudiste pensar que te dejaría? Eres mío. Y, además… me debes una mordida, ¿recuerdas?

La multitud estalló en exclamaciones y risitas.

Derek, sin poder contenerse, estampó un beso reverente en la frente de su lunita.

—Empecemos, amada mía. —Susurró, entrelazando con firmeza la mano de ella en la suya.

Scarlet, triunfante, aprovechó el instante para sacar la lengua en dirección a Selene, que parecía a punto de reventar. Su rostro hervía de rabia, rojo, como si pudiera cocer un huevo con la sangre que le bullía.

Nerviosa, pero decidida, Scarlet trató de dominar los temblores en sus rodillas.

«Vale, imagina que todos estos lobos no son jueces… solo cachorros adorables que aúllan por tu felicidad». Se repitió mentalmente mientras Derek la guiaba hasta detenerse frente a la roca ancestral.

Allí, el guardián del lazo los esperaba so
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