La amenaza más deliciosa.

Al llegar a casa, Scarlet no podía quitarse esa espina clavada en el pecho. Una inquietud le revoloteaba la cabeza como mosca molesta.

«¿Y si Derek molesto por lo que le pregunté a Zhana mandó a Lioran a traerme sola?». Caminaba de un lado al otro en el gran salón, como leona enjaulada, mientras murmuraba entre dientes:

—Claro... ¿a quién le va a gustar que lo consideren un hombre bestia? ¡Es un insulto!

Las dos lobas que la acompañaban —y que simulaban ser sirvientas cuando, en realidad, su verdadero trabajo era ser las guardianas de Scarlet— intercambiaron miradas cómplices, sin atreverse a intervenir… hasta que una se atrevió:

—Luna...

Scarlet frunció el ceño con una mueca casi cómica.

«Otra vez con lo de Luna…» Ya no sabía si debía sentirse halagada o confundida.

La loba, al notar su cara de pocos amigos, se aclaró la garganta con rapidez.

—Señora —rectificó—. Debería descansar. El jefe indicó que no volvería hasta tarde.

—¿Y qué va a hacer él tan tarde? —masculló Scarlet, cruzánd
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