El rostro del hombre bestia.
En el salón del penthouse, Scarlet apretaba con fuerza el asa de su maleta mientras su mirada nerviosa recorría cada rincón del lugar. Su corazón palpitaba con violencia. Las lágrimas corrían sin cesar por su rostro. No quería irse así, como una ladrona de momentos.
Derek había sido tan bueno con ella… la había hecho vivir cosas tan intensas, tan hermosas… ¿cómo podía simplemente marcharse sin una palabra, sin una despedida?
Pero no podía permitirse el lujo de quedarse.
Su madre estaba allá afuera. Sola. En manos de un monstruo. Y sin atención médica.
Apretó la mandíbula. Respiró hondo, como quien se lanza al abismo. Pero justo cuando dio el primer paso hacia la puerta, las dos empleadas del servicio doméstico se cruzaron en su camino, con los brazos extendidos como si fueran guardaespaldas.
—Señora… no puede salir sin que el señor Laurent venga —dijo la mayor, con expresión firme.
Scarlet se quedó helada y se le cortó el aliento.
—¿Cómo? Pero... —intentó decir, pero no pudo terminar