El chantaje del monstruo.
Dos días después, Scarlet no se había movido ni un milímetro de la sala de descanso que quedaba justo al lado de cuidados intensivos, donde su madre yacía entre tubos y aparatos.
Estaba pálida, con ojeras que parecían tatuadas con tinta negra y una expresión perdida que no había cambiado desde que llegó. Derek la observaba desde una esquina, destrozado. Su lunita no comía, no dormía… y lo que más lo asustaba era que ya no hablaba casi nada.
—Cariño —intentó una vez más con voz suave, arrodillándose frente a ella mientras le tomaba las manos heladas—, si sigues así, vas a colapsar. Y créeme… mi suegra no va a estar feliz si despierta del coma y te encuentra hecha un desastre —trató de bromear con ternura, forzando una media sonrisa.
Scarlet apenas parpadeó. Tenía la mirada fija en la puerta de intensivo, como si pudiera sostener la vida de su madre con solo mirarla. Y aunque sabía que quedarse ahí no cambiaba nada… tampoco podía irse. ¿Y si justo en ese segundo ella se iba?
Derek suspi