Castigo bajo la fusión.
Derek ni la miró, sino que sujetó a Reiden con más fuerza.
—Desobedeciste la orden de tu alfa. Dejaste vivo un mal que traerá fatalidad. Te dije que esa mujer debía ser eliminada antes de que esparciera su teoría estúpida sobre mi luna —alzó la voz.
Reiden no se defendía. Se notaba en su cara la rendición de quien conoce las reglas hasta el hueso.
—Ahora, por tu error, se perderán vidas —rugió Derek—. No sabemos cuándo tendremos paz.
Los soldados en la puerta que habían presenciado la insubordinación; aguardaban, expectantes, la ejecución del castigo.
Reiden, con la cabeza baja, se adelantó a la condena:
—Sí, supremo —dijo—. Antepuse mi lazo familiar a los intereses de la manada. Fallé a mi luna, a mi rey, a mi deber, a mi naturaleza y a mi especie. Por eso exijo que el supremo cumpla su deber y me castigue.
Era la ley. Era el código. Reiden se dejó caer de rodillas; sabía que, si Derek no lo castigaba, otros alfas y muchos en la manada tendrían motivos para quejarse, y no obstante es