Sellada a su nombre.
—Mi intención es dejarte sin sentido, cielo —le respondió entre lamidas, con la boca aún llena de su piel.
La ayudó a levantar la cadera, guiándola con el cuidado de quien acomoda una reliquia preciosa… justo antes de hundirse en ella con la suavidad de un veneno dulce. Su glande chocó contra su entrada, y Scarlet abrió la boca en un jadeo desesperado.
Ese hombre, ese gigantesco lobo de carne, estaba allí, sobre ella, sin aplastarla… y aun así, ella se sentía como una mariposa bajo un volcán.
—Prometo que seré tierno… —le susurró, con un beso en la mejilla que contrastaba brutalmente con el tamaño de lo que estaba a punto de meterle.
Y cumplió su palabra.
Entró lento. Profundo. Imponente. Con una paciencia salvaje que la desarmaba.
No la embistió. La honró.
Sus ojos no se apartaban de ella. La observaba como si ella fuera una galaxia abriéndose para él. Cada expresión, cada temblor de su boca, cada pestañeo de placer... lo grababa en su alma con tinta de deseo.
Scarlet, que estaba con