Al entrar al baño, activó la regadera de lluvia térmica. El vapor pronto llenó la habitación, y él la dejó suavemente en el mármol del asiento dentro de la ducha. Las gotas de agua caliente comenzaron a recorrer su espalda y sus muslos… y ahí fue cuando Derek vio los moretones.
Sus dedos se quedaron quietos sobre su piel.
—Mierda… —susurró mientras recorría con ternura cada marca violácea en su cintura, muslos y caderas.
#Eso fue todo tú, grandote. Me acusaste de ser brusco, pero pareces una trituradora de lunas vírgenes#, gruñó Yeho desde dentro, con evidente fastidio.
#¡No es mi culpa! ¡Ella es tan pequeña, tan suave! Pensé que era menos frágil de lo que resultó ser. Pero igual… joder, me pasé#, respondió Derek, culpable y con el ceño fruncido.
#¿Y por qué no me dejaste tener un turno? Yo habría sido más cuidadoso#, refunfuñó el lobo.
#¡Mentira! Tú la habrías mordido antes de preguntar su nombre otra vez. Y ya sabes que no puedo borrar su memoria. Sus defensas bloquean todo. Ella es