Ella gemía bajito, casi como un secreto. Pero él lo escuchaba todo. Lo sentía todo.
Y él tampoco se quedaba atrás: sus manos le apretaban las nalgas con ansia, pegándola contra su cuerpo.
De pronto, sin pedir permiso, la levantó con desesperación, y ella lo rodeó por la cintura como si hubiera nacido para estar ahí.
Scarlet era su droga. Su condena. Su delirio.
La necesitaba más que al aire.
La deseaba más que a la libertad.
Ella rompió el beso.
—Ese acuerdo que tenemos… debemos romperlo. No puedes dejarme después de tenerme de este modo —dijo con voz ronca y decidida, clavándole los ojos como si le leyera el alma.
Las pupilas de Derek brillaron, y el dorado de su mirada destelló como un rayo en medio de una tormenta. Yeho rugió dentro de él, intentando tomar el control, pero Derek resistió, apretando la mandíbula, tenso.
No era momento de perderse.
No cuando ella lo tentaba, rozando su hombría endurecida contra su intimidad, encendiendo su cuerpo y apagando su razón.
Aturdido, exalta