El complot de las suegras.
Tan pronto la puerta del ascensor se abrió con un ding en medio del salón principal del penthouse, Scarlet se relamió los labios al captar el aroma envolvente y delicioso de carne asada.
—Mmm... ¡Esto huele a cielo con grasa! —murmuró con una sonrisa golosa.
Derek, en cambio, frunció el entrecejo, confundido.
—¿Carne...? Pero yo no pedí cena a las sirvientas… —murmuró entre dientes, apretando los labios. Él siempre se encargaba de alimentar a su lunita. Él, no las demás.
Scarlet, con la emoción de una niña a punto de abrir regalos de Navidad, caminó hacia el comedor, y él la siguió con el ceño fruncido, alerta.
Pero cuando llegaron, se encontraron con la mesa repleta de manjares —desde carnes humeantes hasta panes recién horneados y ensaladas con toques gourmet— y justo al centro, Ana apareció con una bandeja en mano y una sonrisa que desbordaba ternura… y un poco de misterio.
—¿Madre…? ¿Qué haces aquí? —preguntó Derek en un susurro tenso, tan sorprendido como inquieto.
No la había se