Algo no cuadra.

Scarlet salía del hospital con el corazón hecho trizas y la mente convertida en un torbellino. Lloraba sin parar, con la respiración entrecortada y la vista empañada, cuando, de pronto, sintió una mano posarse en su hombro.

Se giró de inmediato, con el pecho agitado, esperando—y deseando—que fuera el padre de Derek. Aún albergaba la loca esperanza de que todo hubiera sido una prueba, una de esas crueles “evaluaciones” para comprobar si era digna de ser la nuera de los Laurent.

Pero no.

Frente a ella estaba Zhana, con el ceño fruncido y los rizos alborotados como si hubiese corrido una maratón.

—¡Amiga! ¡He recorrido medio hospital buscándote! ¡Pabellón por pabellón! ¡Hasta en la sala de lavandería me metí! ¡Pensé que te había tragado la tierra! —bufó, casi sin aliento, sujetándose las rodillas.

Scarlet intentó componer el rostro mientras se secaba las lágrimas con la manga.

—Fui a la morgue… Quizás nos perdimos entre los pasillos. Nada grave —respondió con voz débil, tratando de sonar
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