- Elsa exhaló el aire que no sabía que estaba conteniendo. Con un movimiento rápido, como quien se arranca una tirita, pulsó Aceptar.

-Inmediatamente, la burbuja de chat de Damián apareció arriba de su lista. "Te encontré. Necesitas decirme por qué te fuiste así, sin más."

- El tono era el de siempre: demanda, no súplica. Pero esta vez, a Elsa no le pareció egoísta; le pareció auténtico. En medio de la fachada perfecta que compartía con Leo, la honestidad brutal de Damián se sentía como un golpe de aire fresco.

- Ella tecleó una respuesta corta, pensando en las sábanas heladas y en el cuerpo inaccesible a su lado.

"¿Y si ya no puedo decírtelo?"

El mensaje se envió, y en menos de cinco segundos, la respuesta llegó. Era solo una palabra, pero contenía más intimidad que todas las noches que había pasado con Leo en el último mes.

"Pruébame."

Elsa apagó el teléfono, sintiendo que no solo había aceptado una solicitud, sino que había abierto una compuerta. El fantasma de su pasado ya no estaba afuera, sino justo en la palma de su mano, invitándola a cruzar una línea que sabía que no debía, pero que desesperadamente quería.

Se quedó inmóvil, pegada a la orilla de la cama. La palabra "Pruébame" resonaba en su cabeza, haciendo eco de la arrogancia que una vez la había asustado y que ahora la seducía. Leo roncaba suavemente a su lado, completamente ajeno al terremoto que acababa de permitir bajo su almohada.

- La madrugada se arrastró en una vigilia incómoda. Elsa no pudo volver a dormir. Se preguntaba si Damián habría cambiado su vida. Ella había construido una nueva; él seguro también. ¿O seguía siendo el mismo chico malhumorado y egocéntrico que la había atraído y repelido a partes iguales? La curiosidad era una fuerza física, una picazón que no podía ignorar.

A primera hora de la mañana, mientras Leo se duchaba y la casa se llenaba con el olor a café Elsa tomó el móvil.

La decisión ya estaba tomada. No era una conversación por chat lo que necesitaba, sino la prueba de que su deseo seguía siendo válido. Necesitaba que Damián la mirara.

Escribió con la rapidez nerviosa de quien sabe que está cometiendo una locura.

"¿Vamos a tomarnos un café? Vamos agendar, puedo ajustarme antes de ir al trabajo o luego al salir de el"

La respuesta llegó de inmediato, sin rodeos, sin juegos. Como el Damián de antes.

"Mañana. En el mismo café donde fue nuestro último encuentro o donde mejor te guste, espero no faltes y no te den motivos para inventar tu falta."

Elsa sonrió por primera vez en semanas, una sonrisa pequeña y peligrosa. Él había leído perfectamente la situación. Sabía que ella estaba en una relación, y su mensaje era claro: no te compliques, ven solo por esto.

Guardó el móvil en el fondo de su bolso de trabajo, sintiendo el peso del secreto por primera vez. Cuando Leo salió del baño, con el nudo de su corbata ya perfectamente ajustado, le dio un beso seco en la frente.

- "Buen día, cariño. Hoy es el día de la presentación con del proyecto. Deséame suerte."

- "Mucha suerte, mi amor," le dijo Elsa, esforzándose por sonar normal. Lo miró: su hombre, su estabilidad, su futuro. Era alto, seguro, responsable. Un buen hombre. Un hombre que la amaba y quería tener hijos con ella.

Pero mientras lo veía agarrar su maletín, su mente ya estaba a veinticuatro horas de distancia, en un café, a punto de encontrarse con el fantasma que había dejado de bloquear.

Ella se puso su chaqueta, sintiendo el peso del móvil contra su cadera. Ya no era Elsa la prometida, la arquitecta de su vida estable. Era Elsa la que guardaba un secreto, la que tenía una cita clandestina con su pasado. El amor por Leo seguía ahí, sólido como un muro de ladrillos. Pero ese muro, se dio cuenta, acababa de encontrar su primera y peligrosa grieta.