- Elsa se despertó antes de que sonara el despertador. El reloj marcaba las 5:45 a. m. Leo estaba profundamente dormido a su lado, la tranquilidad de su sueño era casi una burla a la tormenta que se agitaba en el pecho de ella. En la madrugada, había tecleado el mensaje. No era una cita a la hora del almuerzo, que podría pasar desapercibida, sino un encuentro a primera hora, antes de que el caos del trabajo y la vida juntos comenzara.
"Mañana a las 7:00 a. m. Cafe garnier. Tenemos cuarenta minutos." La respuesta de Damián fue breve, como un telegrama: "Ahí estaré. No demores." - Se deslizó de la cama con movimientos lentos y calculados, temiendo que el chirrido de la madera o el roce de las sábanas despertara a Leo. Al igual que el silencio en su cama, el secreto tenía que ser total. Se dirigió al baño y se miró en el espejo, examinando su reflejo con una intensidad que no usaba desde hacía años. ¿Se notaba la mentira en sus ojos? ¿Se vería en su cuello la marca invisible de la necesidad? - Se vistió con su traje de oficina, la armadura de su vida estable. Un pantalón de vestir color negro con un pequeño detalle en blanco a nivel de la pretina, una blusa de color verde. Pero por debajo, se permitió una pequeña subversión: ropa interior delicada blanca, el tipo de ropa que se ponía para él, aunque él no la hubiera visto en semanas. El color nude de sus labios era un tono más intenso de lo normal. Un riesgo mínimo, pero suficiente para decirle a Damián —y a sí misma— que no era solo una colega tomando un café. Cuando Leo finalmente se despertó, ella ya estaba en la cocina. - "Estás muy madrugadora," masculló él, sin abrir del todo los ojos, mientras se servía el primer café. - "¿Mucho trabajo hoy?" - "Sí, una presentación importante," mintió Elsa con una facilidad que la asustó. "Necesito llegar temprano para revisar unos datos." Leo asintió, concentrado en su taza. No le preguntó qué iba a desayunar, ni la besó con la pasión que ella mendigaba. No la tocó. Su indiferencia era la gasolina que alimentaba la imprudencia de Elsa. Era una ironía amarga: la estabilidad de su marido era el arma que la empujaba directamente a los brazos del caos. Salió del apartamento a las 7:00 a. m. con el corazón latiendo al ritmo de la alarma que no había sonado. El aire de la mañana era frío y limpio, pero dentro de su pecho, todo era calor y peligro. Se detuvo en la esquina, revisó el tráfico y se obligó a no correr. El café, estaba a solo tres manzanas. Era un lugar sin pretensiones, con mesitas de color blanco y el olor a granos tostados que se filtraba a la calle. Un sitio al que la gente iba a hablar de trabajo o a leer en silencio. Un sitio perfecto para el crimen. Mientras caminaba, una ola de recuerdos la golpeó. Hacía cinco años, había entrado a ese mismo café con la esperanza ingenua de encontrar a un hombre dulce, quizás un poco aburrido, pero seguro. Encontró a Damián. Recordó el color de sus ojos: un verde agua que no se disculpaba. Recordó su primer comentario, directo: "Tu foto de perfil no te hace justicia. Eres mucho más interesante en persona.” En ese momento, la franqueza de Damián, su deseo sin filtros, había sido demasiado para la Elsa que huía de una relación destructiva. La última imagen que tenía de él era su mensaje: “Eres una cobarde. Vuelve cuando sepas lo que quieres”. Al llegar, se detuvo en la acera. El café estaba casi vacío, solo unos pocos oficinistas con sus portátiles. Buscó con la mirada. Y aún no había llegado. Sin embargo ella decidió tomar asiento y esperarlo. Sentada en una sucursal de aquel café donde se habían sentado la primera vez. Minutos después se ve entrar a través de esa puerta de vidrio, aquel hombre blanco de estatura y ojos color verdoso. La luz tenue de la mañana lo iluminaba, pero él seguía siendo una sombra. Llevaba una chemise azul y jeans. No un traje ni una corbata. Era el mismo, y era completamente distinto. Su cabello estaba un poco más largo de lo normal y despeinado y había líneas de expresión nuevas alrededor de sus ojos, cicatrices visibles del tiempo que habían pasado separados. Se veía más duro, más adulto, pero la misma intensidad peligrosa irradiaba de él. - Damián se paró frente an ella y Simplemente la miró. Un escrutinio lento que empezó por sus zapatos, subió por su vestimenta de oficina y terminó en sus ojos. Ella sintió el mismo escalofrío que el de hace cinco años. Ese escrutinio era un deseo que no preguntaba, sino que afirmaba. En esa mirada, no había confusión ni abrumamiento; solo una certeza brutal. - "Hola, Damián," dijo Elsa, su voz apenas un susurro. - "Hola, Elsa," replicó él. Su voz era áspera, profunda, inconfundible. "A tiempo. Nunca pensé que fueras una mujer de mañana." Él no sonreía, pero la tensión en la mesa vibraba. "Te tomaste tu tiempo. Cinco años y el resto de la noche para decirme que no. Pero aquí estás." - Ella sintió el impulso de retroceder. De recordarle que ella no tenía por qué estar aquí. Pero luego pensó en la frialdad de su cama. -"¿Por qué me buscaste?" preguntó, y la pregunta no era para él. Era para ella. Damián se inclinó sobre la mesa, apoyando los codos. La miró a los ojos con esa intensidad verde. "Porque nunca me has dicho por qué te fuiste. Y la verdad es que la última vez que te vi, me enseñaste lo que era la química de verdad. Nunca la he vuelto a encontrar." - Elsa sintió un calor subir desde su cuello. Era la validación que su marido no le había dado en un mes. La afirmación de su valor. - Damián se sienta y de inmediato dice, "Y dime por qué una mujer comprometida que planifica una vida de estabilidad está aquí, a las siete de la mañana, arriesgando su futuro por mí." - Era oficial, Elsa Había cruzado la línea. Estaba de vuelta en el café de su huida, sentada frente a su fantasma. Y por primera vez en mucho tiempo, no se sentía ni abrumada ni invisible. Se sentía viva.