La cena con Leo era un oasis de normalidad. Se sentaron en el restaurante italiano que a Elsa le gustaba, un lugar cálido con el aroma familiar del ajo y la albahaca. Elsa se obligó a estar presente. Por un momento olvidó a Damián y la carta y los dejó en el compartimento de la culpa, se permitió revivir el amor que sentía por Leo: un amor sólido, tranquilo, que no exigía sino que construía.
Conversaron sobre el trabajo, sobre su hogar y, por un momento, se sintieron como la pareja estable que eran. Se tomaron de la mano sobre la mesa, un gesto de afecto que no buscaba la pasión, sino la reafirmación del vínculo.
En ese momento de quietud, la pantalla del móvil de Elsa se iluminó discretamente sobre la mesa.
- Damián: Por favor, Elsa. Solo dame diez minutos. Dame la oportunidad de hablar. De que me escuches. Te espero.
La ráfaga de ideas y la información de lo que realmente estaba pasando en su vida la golpeó con una fuerza casi física. El calor de la mano de Leo, el olor a salsa de t