Elsa cerró la aplicación de chat de Damián. El martes, el día de la cita, había pasado sin incidentes, y la posterior confrontación sobre Camila había dejado el ambiente en una tregua helada. Ella se había negado a la pasión, y él, a su vez, había intentado forzar un encuentro emocional con la promesa de una carta.
La noche cayó sobre el apartamento, y Elsa se dedicó a su ritual. Sentada en el sofá, con una taza de té de hierbas humeante, intentó sumergirse en la lectura de un informe técnico. Su mente, sin embargo, se negaba a la estabilidad. Había pasado el día aferrándose a la calidez de la familia de Leo, a la promesa de un futuro seguro, y a la convicción de que solo se trataba de una mala temporada. Se sentía liberada de la mentira que la seguía, pero la liberación era incómoda y llena de cabos sueltos.
Eran casi las once. Leo dormía profundamente en la habitación. De repente, la pantalla de su móvil se iluminó sobre la mesa de centro.
- Damián: ¿Estás?
Elsa sintió un vuelco en