La paz no llegó con el fin del chat, sino con la tregua. Elsa había ganado unos días de respiro, y los usó para sumergirse en la burbuja de la estabilidad que Leo construía. El martes, el día de la cita fallida, pasó sin incidentes. Leo la besó antes de salir a trabajar, sin sospechar que su futura esposa había estado a horas de una traición. La calma era un bálsamo y, a la vez, una trampa.
Elsa se enfocó en sí misma. Se obligó a seguir el plan de salud que Leo supervisaba con devoción. Recordó la preocupación genuina de él por su bienestar, la forma en que le preparaba smoothies con vitaminas por las mañanas y le recordaba hacer sus ejercicios. Se castigó por haber puesto en riesgo ese cuidado, esa base de amor incondicional, por la euforia fugaz de Damián. Se acercó más a Leo, no con la intención de encender la pasión, sino de reafirmar su amor y su compromiso.
Lo observó con nuevos ojos. Leo no era apasionado, pero era leal. Vio la dedicación a su trabajo, la planificación meticulo