5: Enfrentamiento

Lara  

El sonido de la puerta me obligó a levantarme del sofá.  

Caminé hasta ella, casi arrastrando los pies. Eran las 9 a.m. y apenas me desperté hace media hora. Mi hermana me dejó quedarme con ella un tiempo hasta que Enzo regresara a la ciudad.  

Me encontraba sola. Daniela se fue a trabajar.  

Abrí la puerta, sin esperar lo que me encontraría detrás de ella.  

Mi respiración se detuvo y mis labios se entreabrieron por la sorpresa. El mundo dejó de girar a mi alrededor. Automáticamente me sentí en la boca del lobo.  

Era Marco, de pie frente a mí.  

—¿Qué haces tú aquí? —Mi voz sonó autoritaria.  

—No estabas en la dirección que me enviaron. Una vecina de tu apartamento me dijo que te encontraría aquí.  

Entrecerré los ojos con desconfianza.  

—¿A qué viniste? ¿Cómo me encontraste? 

—No fue muy difícil. 

—¿Enviaste a alguien a que me investigue? —No me sorprendía. Marco tenía ese poder, pues todo lo resolvía con dinero.  

—¿Puedo pasar?  

—No —lo detuve y cerré la puerta de un portazo.  

Sin embargo, Marco puso su pie en medio del marco y la puerta y me detuvo. Forzó para entrar.  

—¡No! —hice fuerza, tratando de evitarlo.  

—Será un momento, Lara.  

—No tengo nada que ver contigo —espeté. 

—¿Ah, no? ¿Y nuestros hijos? 

Perdí la fuerza de inmediato al escuchar su pregunta.  

Oh, no.  

¿Qué es lo que él sabía? ¿Cómo diablos lo supo? 

Retrocedí cuando Marco me ganó y logró abrir la puerta. Sus ojos estaban inyectados en rabia y sentí miedo, pero sabía que no me iba a hacer daño. De todas maneras, estiré mi brazo en el aire para que mantuviera distancia. 

—No te me acerques. ¡No puedes irrumpir así en la casa! Llamaré a la policía —amenacé y busqué mi teléfono con la mirada. 

Lo encontré sobre la mesa de centro y me apresuré a tomarlo, pero cuando lo tuve, Marco me lo arrancó de las manos. 

—No te tengo miedo —me crucé de brazos, indignada. 

Lo dije en serio. No le tenía miedo a Marco, ni a sus actitudes, pero lo que sí me aterraba era los bebés.

—Si no lo tuvieras, no llamarías a la policía. 

—No puedes entrar a una casa sin permiso —repetí—. Pareces un asesino. 

—¿De quiénes son tus hijos, Lara? —preguntó sin más rodeos. 

—¿De qué estás hablando? 

—Sabes perfectamente de lo que te hablo. 

Traté de calmar mi respiración irregular para que Marco no tuviera una fuente segura de que le estaba mintiendo. 

—Es Enzo —contesté. La mentira me quemó la garganta. 

Marco afiló su mirada. 

—¿Por qué crees que son tuyos? ¿Y cómo sabes que son dos? ¡Realmente me has investigado! 

A esta altura del partido y la vida, no me sorprendía que en serio lo hubiera hecho. Nada de él me sorprendía. 

Marco sacó un papel de su bolsillo. Me lo tendió y se lo arranqué de la mano para verlo. 

Esto... esto era mío. Un examen médico. 

—La fecha del examen es del mismo día que llegué a California, horas antes de que nos divorciáramos. Tú sabías sobre el embarazo y no me lo dijiste. ¿Por qué?

—Porque no son tuyos —me apresuré a decir. 

—O porque sí son míos y escapaste para que yo nunca lo supiera. 

Me sentí desnuda. La verdad se asomaba por la puerta, pero todavía tenía esperanzas de ocultarla otra vez. 

Enzo me dijo que esto pasaría. Dijo que corríamos riesgo de que Marco algún día sospechara, pero creí tontamente que podría librarme de él para siempre. He sido demasiado tonta al pensarlo mientras buscaba consuelo en los brazos de su hermano. Viajar a California a ver a su madre fue lo que desató el desastre. 

—Te engañé, ¿recuerdas? —le mentí, y el ardor en la garganta volvió a aparecer—. Te estuve engañando por meses con Enzo y tú nunca te diste cuenta —me crucé de brazos—. Me embaracé en el proceso, pero son de él. No tuyos. 

Me sentí una horrible persona al mentirle tan descaradamente y al aceptar una mentira que él juraba que era verdad. 

Sus ojos, tan intensos y demandantes, reflejaron odio. En silencio que se instaló fue ensordecedor. 

—Lo preguntaré una vez más, Lara —dio un paso hacia mí, pero yo no retrocedí. No dejaría que me intimidara—. ¿Quién es el padre de los bebés?

Tomé aire, afilé mis ojos igual que él y respondí:

—Son de Enzo —repetí, quitando cualquier rastro de culpa de voz. Controlé mi respiración, mis nervios y protegí lo más preciado que tengo. 

Marco asintió, molesto, pero mostrándose tranquilo. 

—Bien. Entonces regresaré a California —se dio la vuelta y caminó hasta la salida. 

¿Así de fácil? ¿Tan fácil fue convencerlo? 

—Casi lo olvido —se dio la vuelta, justo a un lado de la puerta. Sacó un papel doblado por la mitad del bolsillo de su traje—. Esto es para ti —entregó. 

Miré el papel con desconfianza y lo tomé, abriéndolo. 

—¿Y ahora qué es esto? 

—Una orden de un juez. No solo tengo contactos de detectives, también tengo a un juez trabajando para mí.

Lo miré horrorizada. 

—Estás obligada a ofrecerme una prueba de paternidad —sentenció.

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