2: El divorcio

Lara

—¿Qué es esto, Marco? —le pregunté, mirándolo fijamente.  

Marco hizo silencio. Un silencio frío, doloroso y despedazante.  

—Contesta, Marco —pedí, dejando bruscamente la carpeta en el escritorio.  

Él rodeó el escritorio, alejándose de mí y enfrentándome cara a cara. Un escritorio era lo único que nos separaba, pero la distancia se sentía infinita.  

—Es una broma, ¿verdad? 

—No lo es —se apresuró a decir, sin bajar la mirada. Se veía aún más serio que al principio.  

Mi corazón se estrujó en mi pecho y las náuseas me atacaron. No por el embarazo. Por la situación.  

—¿Entonces me estás diciendo que te quieres divorciar de mí? —Sonreí, con la esperanza de que fuera una broma.  

—Es exactamente lo que estoy diciendo.  

Entreabrí la boca para decir algo, pero las palabras no brotaban de mi boca. Sin embargo, una mezcla de emociones arrolladoras me atravesaba el alma. Miré a mi esposo, al hombre que amaba, pero él no me miraba con ojos de amor. Ya no.  

¿Qué había pasado? ¿Qué fue lo que cambió? 

—Quiero una explicación, Marco. 

—¿En serio la quieres? —elevó las cejas.  

—No estoy entiendo nada. ¿Esto tiene que ver con la pelea de la otra noche? Marco, fue una discusión porque pasamos un mes separados por el trabajo, pero no considero que sea motivo para separarnos.  

Toqué instintivamente mi vientre, protegiendo a nuestros hijos de esta discusión. Él no tenía idea de nuestros hijos. No tenía idea de que existía la posibilidad de que estuviese enferma.  

—No podemos divorciarnos. No puedes hacernos esto.  

—No soportaré dormir en la misma cama que mi enemiga.  

Arrugué la cara.  

Estuve a punto de preguntar, pero él sacó fotografías de su chaqueta y las dejó sobre el escritorio.  

—¿Hay algo que tengas que decirme sobre esto?  

Tomé una imagen. En una de ellas podía verme a mí besándome con un hombre. No cualquier hombre: con Enzo. Su hermano.  

—Esto... No sé de dónde sacaste estas imágenes, pero no son reales, Marco. ¡Yo jamás haría una cosa así! ¡Jamás te lo haría a ti! —Me defendí. Las lágrimas bajando por mi rostro por la impotencia.  

no me creía. Podía verlo en sus ojos. Me despreciaba por algo que yo no había hecho, pero él se veía completamente convencido de que sí. 

—Firma de una vez por todas. Tengo una reunión en unos minutos y no quiero que te vea aquí. 

Me quedé en silencio, analizando sus expresiones. 

Yo no le fallé. Él me falló a mí al creer en otra persona que no fuera yo. Ni siquiera me dio el beneficio de la duda y no pensaba arrastrarme por él. La ofensa me colmó la paciencia y mi orgullo y ego no me permitieron continuar rogándole que no nos hiciera esto. 

La relación no tenía sentido si mi esposo creía más en mi hermana que en mí. Dolía, demasiado, pero no me iba a arrastrar mientras él me despreciaba y me trataba como a una desconocida. 

—¡Marco! ¡Llegué, cariño! —Oí pasos acercándose después del sonido de la puerta principal cerrándose. 

El sonido de los tacos de una mujer retumbaba y la voz femenina que escuché resonaba dentro de mi mente. 

Esa voz... Yo la conocía. 

Miré a Marco y él a mí, mientras la sospecha se instalaba dentro de mi mente. Volteé cuando la puerta de la oficina se abrió y encontré a mi hermana. 

Irina. 

La causante de todo esto. 

La boca se me secó y la presión en el estómago apareció por las náuseas. Sentí un repentino asco y la necesidad de pedir explicaciones, pero no lo haría. No me humillaría frente a ambos. Preguntar me haría ver débil y yo no quería que ambos obtuvieran eso de mí. 

Me limité a sonreír. Asentí con la cabeza. 

Lo entendí todo. 

—Ahora entiendo por dónde va esto —miré a Marco una última vez. 

—Lo siento, yo no quería interrumpir —fingió lamentarlo—. Puedo volver más tarde. 

Me tragué mi dolor para no romperme frente a ellos. 

—No —la detuve—. Quédate aquí. Seguramente sea tu casa cuando yo me vaya.

Tal vez no había más preguntas de mi parte, ni siquiera súplicas para que me creyera, pero mi voz contenía tanto dolor y rencor que no sabía cómo ocultarlo. 

Sin embargo, le arranqué el bolígrafo de la mano a Marco y firmé de una vez por todas. 

¿Esto es lo que él quería? Pues bien, eso es lo que él tendría. 

Apoyé el bolígrafo y firmé, a pesar del temblor en mis manos. Cerré la carpeta y le lancé una última mirada a Marco. 

Sabía que sería la última vez que nos veríamos. 

—Firmaste —asimiló, como si no pudiera creérselo, pero se mantuvo en su postura seria. 

—¿Acaso esperabas que te ruegue? —Fue lo último que le dije. 

Yo me marcharía a otra ciudad y él se quedaría aquí sin tener idea de sus hijos. No iba a permitir que mis bebés tuvieran de madrastra a alguien como Irina. Menos a un padre tan fácil de manipular como Marco. 

Enderecé mi espalda y caminé firme y decidida hacia la puerta, chocando el hombro de Irina en el paso. Cerré la puerta a mis espaldas y el temblor en mi mentón fue casi imposible de evitar. 

Subí a mi habitación. Mejor dicho, su habitación. Desde que firmé el divorcio, supe que la casa quedaría para él, pues estaba a nombre de Marco. 

Había tantos recuerdos allí. Tanto amor impregnado en las fotografías de las paredes y en nuestra cama...  

Todo cambió demasiado rápido.  

Tomé una maleta y metí la mayor cantidad de ropa que pude y la cerré. Agarré un bolso donde metí mis papeles importantes y salí corriendo de la habitación. Esas paredes me asfixiaban de recuerdos que no podía soportar. Había tanto de nosotros allí y él echó todo lo que construimos a la basura.  

Bajé las escaleras. 

seguía encerrado en su oficina. Con ella. 

Y yo me marchaba con sus hijos.

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