40.
El silencio del bosque se volvió más pesado después de que Gavin desapareció entre los árboles. Durante varios minutos, permanecí recostada contra las raíces gruesas del árbol, intentando controlar mis temblores. La fiebre seguía consumiéndome desde adentro, como brasas ocultas que no se apagaban. Cada vez que intentaba respirar profundamente, mi pecho se tensaba, como si una mano invisible me estuviera apretando.
—Vin… —susurré, aunque sabía que ya no podía escucharme.
Mi mente estaba nublada, pero la preocupación por él se abría paso entre el dolor y el cansancio. Recordaba vagamente cómo había insistido en cargarme, cómo había luchado contra la cadena para liberarnos. Y ahora él estaba allá afuera, solo, herido y debilitado. Me mordí el labio, tratando de mantenerme consciente.
Pasaron unos minutos, o quizás horas, no podía saberlo. Las sombras se movían con el viento, y yo me aferraba a la raíz del árbol para no desmayarme. Mi respiración se volvió más pesada, más irregular. Tenía