37.
La oscuridad me envolvió antes de que pudiera pronunciar el nombre de Gavin por segunda vez. Un frío repentino me recorrió los brazos y luego… nada. Solo un vacío espeso y silencioso. Intenté aferrarme a algún sonido, a alguna luz, pero el mundo desapareció detrás de mí como si un telón hubiese caído abruptamente.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que sentí de nuevo el peso del cuerpo. Mi respiración regresó en un jadeo, como si hubiese estado nadando en un lago helado. Abrí los ojos con dificultad; las pestañas se me pegaron, y una punzada aguda atravesó mi sien derecha.
Una voz grave, cálida, familiar, rompió el eco en mi cabeza.
—Mil… tranquila. Soy yo.
Parpadeé varias veces hasta que la silueta frente a mí tomó forma. Era él. Gavin, con su semblante preocupado, con los ojos que parecían haber pasado horas buscándome. Estaba arrodillado a mi lado, una mano temblaba ligeramente sobre mi hombro.
—Vin… —mi voz salió quebrada, apenas un susurro— ¿qué… qué pasó?
—Te encontraron inconscient