La primera sensación que tuve al despertar fue un sabor metálico en la boca y un leve ardor en la nuca, como si mi cuerpo hubiera perdido la noción del tiempo. Abrí los ojos lentamente, tratando de recordar qué había pasado. Lo último que mi memoria alcanzaba era aquella figura enmascarada, la sombra que se acercó demasiado rápido, la voz de Gavin rompiendo la oscuridad… y el mundo entero volviéndose borroso.
“Camila… ¿me escuchas?”
Esa voz.
Profunda.
Suave.
Reconocible incluso en medio del caos.
Gavin.
Parpadeé varias veces hasta que su rostro, tenso pero aliviado, tomó forma frente a mí. Estaba sentado muy cerca, inclinado hacia adelante, como si no se hubiera movido de mi lado desde que perdí el conocimiento. La habitación era cálida, iluminada solo por la lámpara tenue del buró. No estábamos en un hospital.
Estábamos en su apartamento.
“El doctor ya vino hace poco,” murmuró Gavin, observando cada gesto mío. “Solo fue un sedante. No estás herida. Yo… llegué a tiempo.”
Respiré hondo