32.

El viento de la tarde soplaba con suavidad entre los edificios de Melbourne, arrastrando consigo hojas secas y un murmullo casi imperceptible. Camila se quedó paralizada en mitad de la acera, sosteniendo la carpeta de contrato contra su pecho, mientras el mundo a su alrededor parecía reducirse únicamente al sonido de su propia respiración acelerada.

Gavin estaba frente a ella. No era un sueño, no era una imaginación provocada por la culpa. Era él. Real. Vivo. Y mirándola como si el tiempo se hubiese detenido justo para este momento.

—Mil… —susurró Gavin, con la voz baja, cargada de decepción y una tristeza profunda que atravesó el pecho de Camila como un cuchillo.

Ella tragó saliva, intentando pronunciar algo, cualquier cosa que pudiera romper aquel silencio desgarrador. Pero antes de que pudiera articular palabra, Frans salió de la cafetería con gesto preocupado.

—¿Camila? ¿Pasa algo? —preguntó, dando unos pasos hacia ellos.

Camila cerró los ojos un segundo, como si necesitara bloque
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