La primera luz del amanecer encontró a Alexander de pie en el estudio de su ático, no frente al ventanal contemplando la ciudad, sino sentado detrás de su escritorio de acero y cristal. La fotografía de Alistair e Isabella yacía sobre la superficie pulida, no como una reliquia sentimental, sino como un documento de inteligencia enemiga que estaba siendo analizado. El smoking seguía impecable, cada pliegue en su lugar, la corbata perfectamente anudada. No había rastro de la noche de insomnio en su rostro, solo la concentración absoluta del estratega evaluando un nuevo activo.
Olivia entró en la habitación, habiendo cambiado el vestido de gala por una bata de seda. Esperaba encontrar a un hombre conmocionado, pero el Alexander que encontró era más familiar, y de alguna manera más aterrador, que el que había vislumbrado brevemente la noche anterior.
—He revisado los sistemas de seguridad —dijo él, sin levantar la vista de la foto—. El compartimento donde guardaste el sobre es adecuado, p