El viaje de regreso al ático de Alexander se desarrolló en un silencio elocuente, roto únicamente por el leve zumbido del motor de la limusina y el sonido distante del tráfico nocturno de la ciudad. Alexander había permanecido en un mutismo absoluto desde que cruzaron los portones de la mansión Blackwood, su perfil recortado contra la ventana, observando la ciudad desfilar sin realmente verla. La ira emanaba de él en ondas casi palpables, una furia contenida y fría que resultaba más intimidante que cualquier explosión.
Olivia, por su parte, se sentía sumida en un torbellino de pensamientos. El peso del sobre en su bolso de mano era como un imán que atraía toda su atención. Las palabras de Eleanor, la imagen de Alistair y la misteriosa Isabella, la jugada maestra de Charles con Cliffside Manor… todo se mezclaba en su mente formando un cóctel de inquietud y una extraña emoción que no se atrevía a nombrar: esperanza.
Al cruzar el umbral del ático, la atmósfera cambió. La opulencia fría y